sábado, 29 de agosto de 2009

Síntesis de sus ideas

Los escritos de este ilustre pensador escocés pueden encuadrarse en la Filosofía moral, en donde están incluidas:

a) Teología natural
b) Ética
c) Jurisprudencia
d) Economía política

a) Teología natural:

“La idea de que hay un orden natural en el Universo. La «teología natural» que impregna su Teoría de los sentimientos morales fue capital para el desarrollo del liberalismo. El deísmo de Smith no impide ser teísta, pero no obliga a serlo. La idea de un orden natural implica que ni podemos organizarnos de cualquier manera ni el Estado puede hacer cualquier cosa, sino que hay que ajustarse a ciertas leyes dictadas por el Director del Universo. Y aún cuando, más adelante, se diluya hasta la idea de Dios, subsistirá la convicción de que hay una realidad cuyas leyes el voluntarismo del Estado no puede violar.

Ni ateísmo militante ni obligatorio teísmo. Santo Tomás de Aquino pensaba que existen cuatro tipos de leyes; la ley «eterna» o plan misterioso de Dios; la ley «divina», aquella parte de la ley eterna revelada en la Biblia; la ley «natural», que es la que Dios inscribió en nuestra razón y la ley «positiva» o «puesta» («positam») por el Estado. El liberalismo empieza en cambio por la ley natural, aunque se puede ser liberal y creer «además» en las leyes «eterna» y «divina». Así se abre espacio al pluralismo; si creo en ciertos principios naturales, no importa cómo llegué a creer en ellos. El presupuesto común a todo liberal es que hay un orden natural y ciertos derechos del hombre que no deben ser ignorados ni violados”.

b) Ética

“Smith empieza por considerar, primeramente, el sentimiento de la «simpatía» ¿Porqué habla de «sentimientos»? Esto coincide con la «escuela escocesa del sentido común», que afirma que el hombre tiene un sentido moral («moral sense») intuitivo, no «racional». Para Smith, el primero de esos sentimientos es la «simpatía». «La simpatía es aquella facultad por la cual podemos entrar en los sentimientos de otro». Por ejemplo, si yo veo alguien a quien le comenten una injusticia, él siente un sentimiento de indignación y yo lo comparto, salvo que él exagere ese sentimiento, pues entonces ya no podría «entrar» ahí.

Si yo experimento una sensación aguda de dolor, nada me es más grato que tú simpatices conmigo. El espectador que no padece el drama puede imaginariamente simpatizar con el verdadero actor del drama y éste recibe un consuelo, un apoyo de «simpatía». Es decir que el primer sentimiento que Smith advierte es un sentimiento de solidaridad en el hombre, que sale de sí mismo para compartir la situación de otro. ¿Cómo compatibilizar esta premisa con su presunta adhesión al egoísmo del «homo economicus»?”

“Si yo tengo un sentimiento agudo que me aqueja, que me perturba, cuando lo expreso ante el grupo social con el cual convivo, tengo que bajar el tono de ese sentimiento porque si no lo hago los demás no pueden entrar en él. Si yo expreso «todo» el sentimiento que tengo, te impido entrar. He de expresarlo hasta donde te sea posible acompañarme. A la vez, a ti el sentimiento de simpatía te hará salir de tu indiferencia para «subir» a la altura hasta la cual yo «bajé». Esto se llama «concordia». La con-cordia (es decir, «corazones con…. otros») es un doble movimiento –de subir y bajar- hasta que se produce la armonía. Por eso dice Smith que generalmente «los hombres de mundo» son «apropiados», ya que están acostumbrados a compatibilizar sus estados de ánimo, a lograr el común denominador de la armonía. Por ello, «..es raro que la compañía de los hombres no nos ayude a aliviar nuestros dolores».

Esta es la conclusión de Smith: «Por lo tanto, sentir mucho por los otros y poco por nosotros mismos, contener las afecciones egoístas e impulsar las benévolas, constituye la perfección de la naturaleza humana y es lo único que puede producir esa armonía de sentimientos y pasiones que constituye la gracia de la relación social. Y así como debes querer más a tu prójimo, debes quererte menos a ti mismo; hasta donde el prójimo de pueda querer». Es una manera de lograr la igualación: en el fondo, te tienes que llegar a ver a ti mismo como te ve el «espectador imparcial»”.

“Smith observa que el hombre simpatiza más con aquél al que le va bien. El hombre naturalmente se siente más atraído por el éxito que por el fracaso. Y aquí actúa otra ley fundamental. ¿Porqué los hombres buscan la riqueza? No por ella misma. El hombre, en realidad, necesita muy poco para vivir: abrigo, techo, pan. Pero los hombres buscan más que eso porque el éxito genera simpatía y admiración. La pobreza genera un sentimiento de repulsa y retracción. «La humanidad está más dispuesta a simpatizar con nuestra alegría que con nuestra tristeza. Por ello, hacemos parada de nuestra riqueza y ocultamos nuestra pobreza. Si no, ¿por qué nos tomaríamos tanto trabajo para parecer o ser ricos? ¿Es acaso para abastecer las necesidades de nuestra naturaleza? El salario del más modesto trabajador puede hacerlo. ¿Acaso creen los ricos que sus estómagos son mejores o que duermen mejor? No, es la vanidad y no el afecto concreto del placer lo que les interesa. En cambio, el hombre pobre se avergüenza de su pobreza. La oscuridad lo cubre pese a que está a la luz del día y nada le duele más que sentir que nadie toma noticia de él. Saber que a nada y a nadie le importa lo que uno hace, frustra los más ardientes deseos de la naturaleza humana».

Aparece, así, un Smith mucho más condescendiente con el pobre que con el rico. Smith no admira a los ricos, pero ellos son un hecho, están ahí, y él saca las consecuencias económicas de su presencia. En el fondo, toda la obra de Smith revela una cierta conmiseración moral, marca una condena de la vanidad que trabaja detrás de cada rico”.

c) Jurisprudencia

“En sus Lecciones de Jurisprudencia, Smith define la justicia como «el sentimiento de venganza en la medida en que resulta apropiado». La justicia es la venganza hasta donde el espectador imparcial puede acompañarla. La idea del «espectador imparcial» va a ser fundamental en toda la explicación de Smith”

“El análisis de las virtudes que ensaya Adam Smith forma parte del patrimonio liberal. La benevolencia es la máxima virtud, pero es el adorno del edificio. Lo que no puede dejar de existir es la justicia, entendida como justicia «conmutativa», es decir, que yo no te haga daño y que no viole tus derechos. No es justicia, por ejemplo, que haya que hacer el Programa Alimentario Nacional, eso sería benevolencia.

Estoy obligado «moralmente», pero no «jurídicamente», a hacer el bien. Mi única obligación jurídica es no hacer el mal. Escribe Smith que una sociedad en donde no se hiciera el mal podría funcionar aunque no fuera la mejor. Esto significa que se admiten dos niveles morales: uno mínimo, jurídicamente exigible, y otro superior, no exigible pero deseable.

Las reglas y leyes del Estado se concentran en el primer nivel porque se dirigen a esos seres imperfectos que forman la sociedad real. En la doctrina social de la Iglesia se busca que la benevolencia prevalezca en la sociedad a través del sistema político («función social de la propiedad», «justicia distributiva»), sin lo cual ésta es injusta. Desde la óptica de Smith, esto es confundir benevolencia con justicia. Esta es el cimiento del edificio; aquélla su remate y ornamento.”

“Los hombres, decíamos, buscan ser admirados y reconocidos –y por ello buscan riquezas- Smith propone entonces un salario «máximo» -y no «mínimo»- para evitar que trabajen demasiado y se enloquezcan por subir en la escala social”.

(De “Los pensadores de la libertad” de Mariano Grondona – Editorial Sudamericana SA – Buenos Aires 1986)

d) Economía política

El descubrimiento más importante de Adam Smith lo constituye el mercado, como un sistema autorregulado. Este tipo de sistema, que utiliza el principio de la realimentación negativa, no resulta fácil de entender, ya que no resulta sencillo disponer de imágenes concretas que nos permitan tener una visión simple de lo que en realidad significa. Es por ello que los opositores al mercado no creen en su efectividad y, a veces, en su existencia.

Podremos formarnos una idea aproximada si razonamos en base a una analogía, tal la del tanque de agua que disponemos en nuestra propia vivienda. Decimos que el tanque funciona como un sistema autorregulado por cuanto tiende, en forma automática, a mantener su nivel máximo (tanque lleno). Y esto ocurre aún cuando entre y salga agua debido al cotidiano uso de la misma. Tal dispositivo tiene un flotante que, a partir del nivel de agua existente, actúa sobre la válvula de entrada para permitir que el tanque se llene, o para impedir que siga entrando agua cuando el tanque esté lleno.

El proceso del mercado tiene algunas semejanzas. Esta vez consideraremos la “entrada de mercadería al mercado”, por parte de los productores, y la “salida del mercado” por parte de los consumidores. Cuando el precio sube, existe una tendencia de los productores a enviar mayor cantidad de mercaderías, mientras que ello contrae la tendencia de los consumidores a seguir adquiriendo lo que aumentó de precio. Cuando el precio baja, las tendencias de ambos son opuestas al caso anterior, ya que desalienta al productor y estimula al consumidor. Cuando el precio no varía, el proceso llega, justamente, a la estabilidad, lo que corresponde al tanque que mantiene fijo su nivel a pesar de la entrada y salida permanente de agua.

Para Adam Smith, este proceso se produce como si existiese una “mano invisible” que permite que los productores ofrezcan la cantidad precisa que los consumidores necesitan. Imaginemos lo que ocurriría en una ciudad como México o Tokio si alguien tuviese que planificar los kilos de pan que los panaderos deberían producir para abastecer diariamente a la población. Seguramente nadie podría hacerlo tan eficazmente como lo hace automáticamente el proceso del mercado.

Sin embargo, así como el tanque de agua a veces se deteriora, por distintas razones, el sistema de mercado se desestabiliza si las partes intervinientes no respetan sus reglas. La economía de mercado resulta beneficiosa para el hombre siempre que se parta de un nivel ético aceptable, de lo contrario, el mercado no asegura buenos resultados. Todavía no se ha inventado el proceso económico que funcione óptimamente a pesar de la vagancia, de la irresponsabilidad, de la avaricia, de la especulación financiera, etc. El comportamiento ético no sólo nos sirve para adaptarnos al orden natural sino también al orden social vinculado a la economía de mercado.


Las dos posturas extremas

Desde el punto de vista de la sociedad, en cuanto a los aspectos económicos y políticos, existen dos formas de ver la realidad y son las que derivan del pensamiento liberal, por una parte, y del pensamiento marxista, por la otra parte. Ambos difieren notablemente por cuanto adoptan distintas referencias. Para el pensamiento liberal podemos establecer la siguiente relación:

Orden natural ─ Orden social (sociedad real) = Diferencia no nula

El objetivo a lograr consiste en reducir al mínimo la diferencia existente entre el orden natural y la sociedad real. Para ello se promueve una mejora ética individual y un mejor marco legal. Ello lleva a buscar el progreso social, que no es otra cosa que acercar la sociedad real al orden al que nos presiona la naturaleza a través de sus leyes estrictas.

En cuanto al marxismo, podemos establecer la siguiente igualdad

Orden artificial ─ Orden social (sociedad real) = Diferencia no nula

En este caso, los esfuerzos radican en adaptar la sociedad real al orden artificial propuesto por Karl Marx y seguidores. El socialismo es una sociedad planificada al cual debería adaptarse la humanidad. Por ello no promueve el mejoramiento de la sociedad real, sino su cambio revolucionario para que coincida con la planificación establecida.

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